¿Qué sería de nosotros si no existieran los sueños, si no existieran las ilusiones, si no existiera la fantasía?
El día a día monótono y gris inundaría nuestro mundo como una nube triste y melancólica. El sol no saldría y la niebla nos impediría ver el color, el brillo y también ese horizonte lejano, ese futuro que creamos en nuestra mente ilusión tras ilusión.
Ha pasado el carnaval y se ha llevado la magia de los sueños, esa bola de cristal en la que reflejamos nuestros deseos, en la que nos inventamos, representando el papel que nos entusiasma y que en el fondo nos pertenece. En realidad durante el carnaval, nuestros deseos se realizan por unos momentos: trajes de colores, hadas, brujas, payasos, fantasías… Y son los niños los que, con sus caritas ilusionadas y sus palabras entrecortadas por la emoción, nos transmiten que todo es posible si nosotros nos empeñamos.
Dejemos a los niños que vivan esos sueños a través del disfraz, no sólo en carnaval sino en el día a día, permitiéndoles que vuele su imaginación a través de historias, dibujos… y dejemos a la creatividad un rinconcito en nuestro quehacer. Ella será su bandera y con ella construirán sus ideas y principios morales, jugarán a lo que quieren ser, e irán forjando su mundo porque, en realidad, con el disfraz y con la imaginación interpretarán siempre el papel del bueno de la historia e, incluso, al malo más malo lo utilizan para ayudar a la amada, para rescatar a Caperucita de las fauces del lobo o para salvar al mundo de algún desastre venidero.
Y disfracémonos también nosotros cada día de aquello que queremos ser, aunque sólo sea cerrando los ojos y viéndonos reflejados en el lago de la vida…. Y así, quizá se cumplan nuestros deseos.
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